por Andrés Latorre
Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica.
Encargado de Comunicaciones del Museo del Instituto Pedagógico Valentín Letelier, UMCE.
“¿Quién es este poeta que ha llevado la poesía al límite?” se preguntaba el profesor Maximino Fernández en el Intramuros de noviembre de 2001, revista interrumpida de la UMCE. Un docente de Física, podemos decir sin problemas. Un hombre de cariz variada, como las capas de una atmósfera que se pierde en la soledad antes del espacio apenas explorado. Es que Nicanor Parra, resultó ser un olímpico de las letras, una completa ironía, siendo que su apego a la cotidianidad, a veces, lo llevaba a mencionar la palabra ataúd como el camino más terrenal, que es la muerte misma.
Nacido el 5 de septiembre de 1914 en San Fabián de Alico, el Parra es parte del inmobiliario de Chile. Otra ironía, de quién tanto traqueteo en la vida, concluye siendo un halo inamovible en un país de lentos andares. Nadie que se aprecie de tanta lectura lo desconoce, al contrario, se vuelve militante de la antipoesía o simplemente, la critica. No hay medias tintas, solo tonos.
SEMBLANTE DESDE UN ESTUDIANTE DEL PEDAGÓGICO
Amaro Saavedra, estudiante de Pedagogía en Física de la UMCE – “o Pedagógico, como algunos la nombramos”– menciona con picardía y orgullo, se interesó por la figura de Nicanor, desde su faceta como científico y docente. Cuando se le consulta el porqué de la elección, responde: “Como estudiante de Física, músico y artista, me vi reflejado en la figura de Nicanor por esa misma disyuntiva: el arte y la ciencia ¿Pueden unirse en algún momento? En este caso, él representa esa unión”.
Amaro protesta dignamente sobre el desconocimiento como académico, director y el poco realce a la figura docente, como profesor de ciencias. Le pregunto sobre anécdotas que conozca de aquel Parra profe y lo resume con estas palabras: “El profesor loco que acompañaba a los estudiantes, que te formaba para ser un buen pedagogo y siempre con la mirada disciplinar en la pedagogía. No solo hacía clases de Física, trataba de unir el pensamiento artístico de tu cerebro, con el pensamiento lógico-matemático”. Además, se permite agregar lo siguiente: “El ex director de la CChEN, comentaba en una entrevista, que al terminar sus cátedras, el pizarrón de Nicanor era como ver poesía con fórmulas. Es algo muy bonito”, dilucidando que la poesía es inseparable de sus roles docentes y científicos. Guste o no, parece que la poesía, como expresión artística, se comporta como médula sensible, no como un simple y consciente papel externo entre la sociedad.
“Nicanor, lo primero que hizo fue sacar esos estigmas” me responde cuando le pregunto sobre como él conjugó esa ciencia tan olímpica con el arte poético de lo cotidiano. Estigmas, las heridas sacras que parece no ser una palabra escogida al azar, ya que Parra escribió versos fotográficos sobre esa cristiandad profunda del Chile tradicional para ironizar con sencilla mordacidad sobre dios (escrito a minúscula, arrogancias de poeta cohete con dirección a la exosfera):
Cuesta bastante trabajo creer
En un dios que deja a sus creaturas
Abandonadas a su propia suerte
A merced de las olas de la vejez
Y las enfermedades
Para no decir nada de la muerte.
El prefijo anti, no simplemente deviene en buenos títulos para las relaciones públicas sobre algún producto, especialmente, referente al Parra. Más bien, explora y “saca los estigmas” de la pomposidad, ahora disfrazada de aesthetic universitaria, incluso como un opositor a la figura manoseada de Cristo, develando un dios de la más nata experiencia humana.
Volviendo del lapso criticón que me toma desprevenido cada vez más seguido, Amaro continúa respondiendo con la sinceridad de un docente científico en plena formación: “Nicanor se mostró como es. A pesar de tener un currículum enorme a nivel académico, no se creía el gran científico. Él seguía siendo Nicanor Parra, la persona que escribía cosas y calculaba cosas. Yo creo que sí Nicanor estuviera vivo él sería feliz por la reestructuración de los contenidos, de tener un eje transversal. La poesía fue el recurso para acercar la ciencia al lenguaje común.” dice Amaro con los pómulos levantados en señal de clara confianza en sus palabras.
SEMBLANTE PERSONAL DE “LUCILA”
Lucía Godoy, Coordinadora Histórico-Patrimonial de la UMCE, por otra parte, se desvive cuando lo recuerda, la cara le cambia y aflora una nostalgia que le abrillanta los ojos de emociones plenas. Muchos le conocieron en eventos públicos; ella, en las conversaciones curiosas y profundas, en su exosfera personal en Las Cruces, último lugar de residencia de Nicanor Parra.
“Estoy grabando” le digo. Ella me responde: “¿Acá?”. “Quiero que me contestes unas preguntas” replico. “Que miedo” contesta, con cierta ironía. “Tuve ese posit mucho tiempo con el número de la casa del Nicanor puesto en mi equipo. Hasta que un día que hacía mucho frío en Santiago, como a las 7 de la tarde, decidí llamarlo. Pensé que me contestaría alguna otra persona, pero me contestó Nicanor. La verdad, no sabía qué decirle. Su voz era la de una persona mayor, profunda, seria. Él me preguntó ¿Quién eres tú? y le contesté que era Lucía, la Lucía del Pedagógico y comenzó a hablarme sobre este lugar” respondiendo a la pregunta sobre la primera vez que habló con Parra, por allá, en el 2010. El número se lo facilitó Juan de Dios “Barraco” Parra, hijo de Nicanor, por el contacto que estableció Tomás Thayer, director de Extensión y Vinculación con el Medio de la UMCE en aquellos años.
“Cuidadora de libros, así me decía” menciona Lucía cuando Parra se entera de su labor como fundadora del Museo del Instituto Pedagógico y su cantidad de archivos y artefactos de otras épocas. El frío, las empanadas de queso y el vino, propició la invitación de Parra a Lucía al día siguiente a Las Cruces. “Le llevé el libro de actas. Me atreví a llevar una maleta con cosas. Me abrió toda su casa. Conversamos de lo que estaba haciendo, estaba traduciendo Hamlet, en ese tiempo”, menciona. Le invito a que haga una radiografía del Parra que ella conoció, no el de la figura pública, sino el Parra en la vejez que ella atestiguó. “Es complejo. Es complejo hablar de Nicanor” comenta y se queda en silencio, buscando la luz que entraba por la ventana para resguardar sus recuerdos y sus lágrimas que no quería derramar. “Lo vi luchar con los años, fíjate. Lo vi luchar con lo que venía. Pero él seguía siendo un hombre que no se le escapaba un segundo de la vida para seguir nutriéndose” y añade también. “Él hablaba mucho de su hija, de sus nietos. Incluso me enseñó algo, me dijo que no me sorprendiera que mis hijos dejarán de ser mis hijos a los 12 años, porque después de eso, los hijos eran de la vida. Estaba cansado del agobio de la gente. Estaba cansado de que no hubiese un reconocimiento también el punto de vista profesional, el gran físico que él fue, el gran profesor que él fue. Él fue generoso al abrirle las puertas a los estudiantes” refiriéndose a quienes componían la Coordinación Patrimonial Estudiantil de esos años.
Yo soy Lucila Godoy Alcayaga
alias Gabriela Mistral
primero me gané el Nobel
y después el Nacional
A pesar de que estoy muerta
me sigo sintiendo mal
porque no me dieron nunca
El Premio Municipal
Y todavía hay giles que creen en los premios.
Así garabatea el pequeño poema que le dedicó Parra a Lucía, quién menciona que escribió sólo Alcayaga, pues le explicó que su padre la abandonó – a Mistral-. Sin embargo, agrega Godoy arriba, ya que Lucía tuvo un padre presente y el poema, era para ella, porque según Nicanor, Lucía era como Gabriela. El poema se encuentra en una de las vitrinas de exhibición de las muestras históricas del Museo del Instituto Pedagógico, justo al frente de la vitrina dedicada al Dr. Federico Johow.
Queda mucha tinta pero los límites gustan de imponerse en las bocas de quienes aman las fronteras para todo. Sin embargo, finalmente, rescato lo siguiente, cuando le pregunté la última vez que lo vio. “Fue una visita muy rápida. Habló mucho sobre San Fabián de Alico, entonces la María Isabel [Orellana, directora del Museo de la Educación Gabriela Mistral] anotaba (…) Al final de nuestra conversación, estaba con la María Isabel y la Florita [Flora González, hija de Eugenio González Rojas] y me devolví, instintivamente, y le tomé su rostro y él puso sus manos sobre las mías. Yo le dije que lo quería mucho, mucho y él también me dijo yo también te quiero, Lucila. Fue la última vez que lo vi”.
¿Quién es este poeta que ha llevado la poesía al límite? Un profesor de Física, podemos decir sin problemas, uno que nació hace 110 años y que todavía, le anda quitando los estigmas de pegatina a las y los sufridos de invento.